Por: José Bragayrac
La mañana del 1 de julio de 2014 empezó bastante fría. Había descubierto que en Sao Paulo no se puede dormir desnudo. Por esos meses las noches son como en Chosica: bajas temperaturas, viento y a veces, lluvia. Yo era un cúmulo de emociones y nervios.
Debía levantarme muy temprano, colocar el dinero en el bolsillo secreto de mi pantalón made in ‘mi viejita’, hacerme de mis credenciales en el cuello y con la mochila a cuestas improvisar un Padre Nuestro exprés para salir disparado del hotel hasta la estación de Tatuapé.
Unas ocho cuadras de adrenalina pura donde era obligatorio sortear la realidad menos amable de un barrio que nada tenía que envidiar a los Barracones. Ya a salvo en el tren, y repuesto del ejercicio matutino, el viaje duraba treinta minutos hasta el Arena Corinthians, donde debía estar listo para la cobertura del Argentina-Suiza por el primer pase a cuartos del Mundial Brasil 2014. Debía, digo. Porque esa mañana nunca llegué.
Mi partido aparte
El día anterior, un lunes, había intentado hasta el cansancio comunicarme con la jefa de prensa de la selección de Costa Rica. Según las noticias, los ‘ticos’ entrenaban por esas fechas en la ciudad de Santos, a pocas horas de Sao Paulo. Jorge Luis Pinto, su técnico, tenía que ser mi primer gol para empezar con pie derecho mi labor de enviado especial, me repetía.
Casi por la tarde de ese lunes, tuve respuesta vía mensaje de Twitter luego de una escandalosa persecución entre ruegos y súplicas: “Vente mañana muy temprano al Vila Velmiro”. Una sonrisa se me disparó como resorte.
Pinto por Messi
Por eso la mañana del 1ro de julio repetí la rutina de todos los días: plata al bolsillo secreto, credenciales, mochila, una rezadita y correr como loco hasta la estación de Tatuapé. Ya no me iba al Arena Corinthians, sino que tomé el tren hacia la estación de Jabaquara. Y desde ahí, un viaje de tres horas en bus hasta llegar al Vila Velmiro.
El plan era sencillo: entrevistar a Pinto muy temprano y volver a Sao Paulo por la tarde para extasiarme con Messi. No fue así. Pinto nunca salió a la conferencia. Su selección era una de las sorpresas y el DT, uno de los más requeridos. Al día siguiente enfrentaría a Grecia, otra sorpresa, por el pase a cuartos.
Hice la guardia por horas. Recordé la buena relación que tenía con el fútbol peruano cuando él dirigía Alianza. Lo tuve dos segundos delante mío y le refresqué la memoria. “Espérame, termino y entras”, dijo acomodándose el bigote con un gesto suave. Cumplió: tuve 15 minutos. Para mí solito.
Luego todo fue angustia por volver. Seguí el partido por radio, por Twitter. Cada ¡¡ufff!! por las gambetas de Messi y los intentos fallidos de Higuaín me detonaban el pecho. Me sentía Sabella. El suplementario me dio ilusión como a los argentinos. Quería ver a Lionel. Pero el estallido del gol de Di María, a instantes de la tanda de penales, me alcanzó subiendo las gradas del Arena Corinthians.
Cuando por fin llegué a mi asiento, todavía habían argentinos fundidos en abrazos. Niños gritando por Messi y el argentino saludando. La sonrisa, sin embargo, nadie me la borraba: ese día cambié a Pinto por Messi en el trueque más alucinante.