Griezmann regresó por primera vez con la camiseta del Barça a la que fue su casa durante 5 temporadas. Y lo hizo sin haber demostrado aún la barbaridad de millones que los catalanes pagaron por él. Llegaba justo después de marcar su primer gol en Champions como blaugrana, pero también después que Valverde le sentara de inicio en el banco en el partido más importante que han jugado hasta ahora.
En su etapa en el Wanda, un estadio donde aún es el jugador que ha marcado más goles, Simeone le hacía jugar en una posición diferente a la que Valverde en el Barça. Y es que Griezmann, salvando las diferencias, era al Atlético lo que Messi al Barça, también por la posición en el campo. El equipo jugaba para él y ahora, en el Barça, no.
Con la enésima lesión de Dembélé, la explosión de Griezmann es una necesidad aún más imperiosa y quizá más importante para el equipo que para él. Están Ansu y Carles Pérez, pero no sería ni coherente ni conveniente cargarles a ellos el peso de un transatlántico como el Barça a la edad que tienen.
El equipo no solo sigue faltado de autoridad en el juego sino también de mecanismos ofensivos. La solución, como siempre, sigue siendo esperar que Messi, o su sociedad con Suárez, siga resolviendo los partidos. Pero es evidente que tarde o temprano necesitarán ayuda. Y si esta viene de Griezmann, el campeón del mundo estará más cerca de andar por el camino que dejó Neymar que por el que marcó Coutinho.
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