Habían pasado apenas unos minutos después de que el Atalanta lograra la mayor hazaña en su historia al clasificar a los octavos de la Champions League por primera vez, tras vencer 3-0 al Shakhtar Donetsk, el 11 de diciembre pasado. Sus compañeros en el vestuario estaban festejando la gesta. Pero él no. Alejandro Gómez se encontraba solo en una pequeña sala a la espera del control antidoping reglamentario. Allí, donde pasó del éxtasis al vació en cuestión de segundos, el ‘Papu’ no pudo más. A su mente se le vino un millón de recuerdos y se quebró.
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“Volví a esta ciudad que tanto me hizo sufrir pero me hizo más fuerte. Hoy la vida me devolvió algo. Algo que quedará en la historia para siempre”, escribió en su cuenta de Instagram mientras esperaba al médico de la UEFA para miccionar en el frasquito. Su reflexión, en medio de una aparente plenitud, causó curiosidad en sus más de dos millones de seguidores. ¿Qué tiene que ver la Champions con el dolor?
Para hallar la respuesta hay que situarnos primero en el contexto: Atalanta había logrado la clasificación en la ciudad ucraniana de Jarkov, que se encuentra a kilómetros de Pripiat, lugar donde ocurrió el desastre nuclear más grande en la historia de la humanidad en 1986 (Chernobyl) y donde el ‘Papu’ la pasó realmente mal. Además, en esos tiempos había explotado la Guerra en el Donbáss en el que Rusia bombardeó Ucrania.
Segundo habría que viajar en el tiempo junto a los recuerdos del argentino en esos segundos que esperó por el enfermero: son mediados del 2013 y 2014. Después de tres grandes temporadas en la Serie A con el Catania, Alejandro recibió una oferta “tentadora” del Metalist de Ucrania. Los Gómez no pensaron mucho y aceptaron sin saber a dónde estaban metiendo.
“La vida era muy dura en Ucrania. Con mi esposa (Linda) vivimos un año durísimo: la guerra, el idioma, el frío... A mí mujer se le caía el pelo por lo mal que estábamos, no podíamos usar el agua porque estaba contaminada por los efectos de Chernobyl, veías gente armada en la calle. Me sirvió económicamente pero perdí un año futbolístico y, sobre todo, un año de mi vida. Bauti (su hijo) tenía un año, sufrimos mucho. Pero tal vez si no pasaba por todo eso no hubiera terminado en Atalanta, quién sabe. Lo pienso así: gracias a que fui a Ucrania pasó todo lo que vino después”, contó hace unos meses al diario argentino La Nación.
Al final de esa temporada, Alejandro solo había marcado cuatro goles en 24 partidos y la situación era caótica, insostenible. Entonces se plantó: no podían seguir viviendo ahí. Tenían que cambiar de aires sí o sí. Entonces llegó el Atalanta para salvarlo con los 4,5 millones que pagó por su rescate.
Otra dura prueba
El ‘Papu’ retornó a Italia a finales del 2014. Y desde entonces no paró hasta convertirse en goleador, ídolo y héroe de un equipo que este año pasó de soñar con la Champions League (ya están entre los ocho mejores de Europa, tras eliminar al Valencia) a vivir una verdadera pesadilla por el coronavirus. Y, claro, el argentino y su familia, que padecieron los efectos de Chernobyl, ahora están ‘atrapados’ en su casa de Bérgamo, la ciudad fantasma en plena Lombardía, la región más crítica en Italia por la pandemia que está azotando el mundo.
“La situación es muy complicada. Las calles de Bérgamo están vacías. Italia está cerrada y es la mejor decisión que podían tomar. Creo que se demoraron, creo que se subestimó la situación. Hace apenas una semana, la gente no le daba al tema la importancia que se merecía. La gente seguía yendo a pasear, la peatonal era un río que iba y venía, y hasta el fin de semana pasado los centros de esquí estuvieron repletos. Así se seguían contagiando, todos los días había 300 o 400 casos más de coronavirus. Hasta que entendieron que había que parar al país. Todos a casa; es la única manera de intentar poner un freno”, cuenta el ‘Papu’ en una entrevista con La Nación. Y luego remata en otra charla: “Esto parece una película de terror”.
Hoy, cinco años después de la llegada del ‘Papu’, Atalanta brilla como nunca en el mapa futbolístico, pero hay cosas más trascendentales fuera de las canchas y que, para el propio jugador, no se están tomando en serio. “No podía creer que estuvieran jugando con gente. No se puede estar más en contacto y la gente no lo entiende”, comentó sobre el duelo entre el Liverpool y Atlético de Madrid del miércoles pasado. Y luego prosiguió: “A nosotros nos tocó jugar en Valencia y no hubo ningún control en el aeropuerto pese a que veníamos de la peor zona del mundo. No toman dimensión de lo que está pasando”.
En estos momentos Alejandro Gómez no piensa en la Champions, ni en lo que consiguió con el Atalanta. El argentino, aislado en casa junto a su familia, solo anhela con que la pesadilla termina para volver al lugar donde es feliz: dentro de un estadio.