Soy hincha de Alianza Lima desde muy pequeño y, como la sociedad y el barrio mandan, tuve que amar a todos los ídolos blanquiazules e ignorar a las estrellas de Universitario. Es por eso que Lolo Fernández, Héctor Chumpitaz y Óscar Ibáñez jamás recibieron elogios de mi parte, pero nunca los odié. Ruidíaz, tú fuiste diferente. Cada error tuyo lo magnificaba y tus logros, los minimizaba.
Para comenzar, tu estatura me impedía respetarte como ‘9’. No podía. Pero los goles empezaban a llegar. Te fuiste a la U Chile y luego a Coritiba, pero terminaste regresando al Perú. Eso afianzó mi idea de que no eras un jugador para la selección. Simplemente no creía que tú fueses más que Guerrero, Pizarro, Farfán o Zlatan Fernández. Volviste y volvieron los goles también. Empezaste a ser tan bueno que empecé a odiarte.
Tu partida a Melgar en 2015 fue el tema perfecto para las críticas y —con mucha vergüenza, ahora lo admito— yo fui uno de los que más disparó. Sin embargo, luego de cinco goles en seis meses, volviste por segunda vez a la U para alejarlos de la zona incómoda de la tabla. Doce tantos en quince encuentros. ¿Cómo refutaba yo eso? Simple: eras mucho para el torneo local, lo acepté, pero poco para una liga extranjera de nivel (y para la selección, obviamente). Me convencí de que te odiaba.
Fuiste convocado por Gareca a la selección para jugar la Copa América Centenario, un año después de quedar fuera de la del 2015. Tu gol con la mano fue un hito que Perú jamás olvidará y, a pesar de haber sido ilícito, significó un triunfo histórico sobre los monstruos de Brasil. Me olvidé del odio por un momento para gritar el gol. Luego, me pregunté por qué te odiaba.
Después de que se te voceara en algunos equipos de tierras lejanas y nombres impronunciables, decidiste ir a México, a un cuadro humilde y con ganas de hacer bien las cosas. Morelia te acogió, con más dudas que certezas, y te dio un lugar. Yo, irresponsablemente y con fundamentos cada vez más débiles, aseguré sin ningún tapujo que regresarías con mucha pena y sin ninguna gloria.
Con el fantasma de la baja acosándolos y con un equipo sin estrellas, fuiste goleador del Apertura 2016/17. Pero eso no fue suficiente para ti. Querías más. En el Clausura (la primera mitad de este año), volviste a ser campeón de goleo convirtiéndote en ídolo del equipo
Con tus logros te aferraste a un puesto en la selección peruana. No eres titular, pero hoy te juzgo indispensable. Siento que si bien no eres ese ‘9’ fuerte y estereotipado que aún rige en el fútbol, no hay nadie como tú. Eres un tocado por el gol. Ese odio se convirtió en una admiración enorme y en arrepentimiento. Lamento haber detestado al futbolista nacido en Villa María del Triunfo que representó de la mejor manera la historia de David y Goliat. El pequeño e inteligente puede ser más que alguien grande e imponente. Me arrepiento de haber criticado tus errores, porque con ellos te has convertido en lo que eres: un futbolista único en su especie. Puedes odiarme.