El primer Mundial que viví fue Estados Unidos 1994. Italia 1990 lo vi, pero, con cuatro años, apenas entendía por qué esos hombres con camiseta de colores pateaban ese juguete redondo que yo también tenía.
Para el 94, con ocho años, ya tenía noción de lo que era el Mundial y lo que este significaba. Es difícil de explicar, pero desde esa época, en la que apenas conocía una pizca de toda la historia del fútbol, ya sabía que Brasil era, es y será candidato a cualquier competencia en la que participe. Y no me decepcionó. Con Romario, Bebeto, Taffarel, Dunga, Branco, entre otros, dominó ese Mundial.
En 1998, Brasil otra vez partía como uno de los favoritos, con ‘monstruos’ como Ronaldo, Roberto Carlos, Rivaldo, etc. Esta vez, la ‘Canarinha’ no logró el título, pero llegó a la final y cayó ante Francia.
Una figura distinta asomaba para Corea-Japón 2002. El ‘Scratch’ era candidato, claro –quedamos en que Brasil siempre lo es, ¿no?–, pero no con los mismos bríos. Sin embargo, con un Ronaldo aún vigente –llegaba de una lesión compleja–, un Rivaldo ‘endemoniado’ en el Barza, un Ronaldinho –aún en el PSG– indescifrable en la cancha y otras figuras, se coronó pentacampeón.
90 minutos de magia
Para el 2006 –pese a que habían equipos poderosos como Alemania, Argentina, Italia– Brasil parecía inalcanzable. Ronaldo, Ronaldinho, Roberto Carlos, Cafú, Lucio, Kaká, Juninho Pernambucano, Adriano, Dida, Ze Roberto, Robinho eran algunas de sus figuras.
El equipo dirigido por Parreira ganó tranquilo sus tres partidos en fase de grupos y en octavos goléo 3-0 a Ghana. El ‘plus’ fue que Ronaldo anotó y, así, llegó a los 15 goles en los mundiales y batió el récord de Gerd Muller, en pleno suelo alemás (Alemania le daría el vuelto en 2014, de la mano de Miroslav Klose).
Vi el partido ante Francia predispuesto a apoyar a Brasil. ¿Por qué? Un poco por ser sudamericanano –lo que significaba que lo sufríamos constantemente en Eliminatorias o Copa América–, otro poco por el carisma y poderío de sus estrellas y también un poco por costumbre.
Pocos veían a Francia como un candidato de peso. Zinedine Zidane, el líder ‘galo’, no atravesaba un gran momento en el Real Madrid y, además, había anunciado su retiro tras el Mundial, con 34 años. “No quiero volver a hacer un año como los anteriores”, argumentó.
Pero aunque la actualidad indicaba que estaba de ‘bajada’, lo real es que Zidane hacía un Mundial soberbio. Ante Brasil, eso se hizo evidente. A los 34 segundos, en la primera que tocó, Zidane hacía un ‘relojito’ a Ze Roberto y Juninho, para continuar la jugada con una terrible ‘bicicleta’ y eludir a Gilberto Silva.
A los 12’, una parada de pelota de lujo. A los 27’, otra bajada difícil con posterior control de balón y limpiada de cancha. Antes de que acabe el primer tiempo, un pique tremendo para llevarse a dos brasileños y un pase filtrado para dejar solo a Patrick Vieira.
Arrancó el complemento con un centro preciso que erró Vieira y unos minutos después una asistencia a Henry. A los 72’, una ‘ruleta’ fantástica para dejar sin cintura, otra vez, al pobre Gilberto Silva.
Pero la gran virtud de Zidane ese día fue manejar el partido. Tomó la batuta y le dio armonía a un concierto galo (Brasil tuvo su único tiro al arco a los 90’). Supo cuando tenerla, cuando pasarla, y, por supuesto, cuando inyectar esa cuota de fantasía. Todo eso acompañado de un público rendido, que ovacionaba cada una de sus jugadas.
El ‘Scratch’ fue eliminado y, entonces, caí en cuenta: por primera vez en mi vida viviría un Mundial sin Brasil en él. El gran culpable: un tal Zinedine Zidane, un mago que supo dejar huella.
TE PUEDE INTERESAR
- Motivos de un sentimiento: la noche que todo un estadio eliminaba al Barcelona de Messi, Neymar y Suárez
- El partido que marcó mi vida: de la ficción a la realidad, la última balada del ‘Bati’
- El partido que marcó mi vida: Milan pierde la Champions en 'La tragedia de Estambul’
- El partido que marcó mi vida: cómo no amarte, Perú