Aunque no jugó, fue mencionado en reiteradas oportunidades en pleno partido ante Bolivia. El motivo no era otro que resaltar la ausencia del mejor jugador de la Selección. Y no cabe duda: Paolo Guerrero se hizo extrañar en demasía. Sin la intención menospreciar a Ruidíaz, que hizo su mejor esfuerzo, quedó demostrado que Guerrero es insustituible. Para la crítica quedará que, a mediano plazo, no tendremos un futbolista que se asemeje a sus características. Pero ese es otro tema a debatir. La coyuntura obliga a pensar en Ecuador. Para alegría nuestra y de Gareca, el delantero de Flamengo cumplió su fecha de suspensión y comandará el ataque peruano en Quito.
De hecho, la presencia de Guerrero no garantiza la victoria ni mucho menos. Porque los partidos que Perú ha ganado lo ha hecho a partir de lo colectivo. De que ha sido muy influyente, sí. Salvo la deslucida presentación en el Monumental ante los ‘altiplánicos’, desde el choque ante Paraguay en Lima hasta el sufrido triunfo ante Uruguay, los éxitos han llegado con una idea que se ha ido consolidando con el tiempo. Y en esa idea, Guerrero es una de las piedras angulares. El liderazgo, evidenciado en su condición de capitán, y su juego, lo han corroborado casi siempre.
Es por ello que, para ganar en Quito y acercarse al sueño mundialista, gran parte de lo que la Selección necesita es al mejor Guerrero. Al gran guerrero que ha motivado los elogios de todo Sudamérica más de una vez. Si frente a Bolivia, el equipo sufrió su ausencia; ante Ecuador, su sola presencia debería significar un alivio para el equipo. Desde el arquero hasta llegar a los extremos, Guerrero no solo representa un dolor de cabeza para los rivales dentro del área, sino también fuera de ella. Acostumbra recogerse hasta tres cuartos de cancha y en esas funciones se visualiza que esté con frecuencia en el Estadio Atahualpa. Sobre todo para recibir la pelota y esperar la subida de sus compañeros. Protegerla de espaldas, aguantarla, esconderla y tenerla el tiempo que se requiera. Algo así como un pívot, si hacemos un paralelo con el básquetbol.
No es un descubrimiento decir que el control de pecho de Guerrero es una de sus mejores virtudes, como tampoco lo es que uno de los argumentos de la Selección para atacar, son las bandas. Esas que han sido bien cubiertas por André Carrillo y Edison Flores en los últimos partidos. La movilidad de Guerrero hace pensar que las asociaciones con los mencionados jugadores, y con Cueva, claro está, será uno de los objetivos a conseguir para tener la mayor parte del tiempo la pelota. Y a partir de ahí, llegar al arco contrario para generar peligro.
Contar con Guerrero, además, representa una tentación para el pase por arriba. Uno preciso y al espacio. Lo vimos en el gol ante Uruguay, en el que el delantero de 33 años hizo ver a Godín como un novato defensor, o ante Argentina, en la acción en la que de Funes Mori fue superado por la habilidad del peruano. Con las dificultades que hay en la altura de la capital ecuatoriana, un milimétrico pase de Trauco (o de otro jugador) o un saque desde el arco deberían tener como destinatario a Guerrero. Las alternativas están. Y también las chances de ganar por primera vez en Quito, con un Guerrero y otros tantos guerreros.
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