Desde que salió el fixture, supe que tenía que estar ahí. Era el primer partido de la Eliminatoria a Japón-Corea 2002 y yo, que con 14 años nunca había ido al estadio a ver a Perú, no me lo podía perder.
Hice malabares con mis propinas para llegar al monto de una entrada a Oriente y tuve que recurrir a la miserable reventa. Mi abuelo, no de buena gana –no voy a poder ver cómodo el partido–, nos acompañó ese día a mí y a mis dos amigos. Vigilaría que no nos ‘metan cabeza’ y luego ‘volaría’ a casa.
Durante la transacción, revisamos las entradas con torpeza, mostrándolas al cielo, como si fueran ‘santarrositas’, ante la mirada burlona del ‘rebeca’. Pero era un día especial, hecho para los justos. Cuando volvimos a examinar los tickets unos metros más allá, vimos que nos había dado una entrada de más y acordamos que sea para mi abuelo, renegón por excelencia y contador de anécdotas oficial de la cuadra.
¿Y yo para qué quiero ver a esos malos? A sus recios 71 años, él era un fanático incansable del fútbol y la selección, y yo lo conocía bien. Le seguí el juego. Le insistí disforzado hasta que él –todo un héroe– aceptó acompañarnos. Pasamos los controles con desconfianza, pero entramos sin problemas a un Nacional repleto de ilusión.
Aún era palpable el dolor de no haber ido a Francia 98 y eso había despertado un ánimo de revancha. Además, para esa Eliminatoria teníamos un equipo mucho más consolidado. Solano en Inglaterra, Pizarro abriéndose paso en Alemania, Roberto Palacios en México y un mundialista en la banca: Francisco Maturana.
El partido
Mis amigos, en pleno calor adolescente, se fueron deslizando hacia unas chicas sentadas más adelante, como tiburones al acecho de sirenas, mientras yo me quedé al lado de mi abuelo y su mal humor. Caballero. Y empezó al partido. A ver si se hacen una estos cojos, pues.
Lo que más recuerdo del primer tiempo es a mi abuelo renegando con el equipo –el ‘Zancudo’ está lento, ¿por qué no juega el ‘Cabezón’?; ‘Chemo’ ya está viejo– y más bien elogiando a Paraguay, equipazo que en Francia había vendido cara su eliminación.
Inició el segundo tiempo con un penalazo a Pizarro. Casi me lanzo sobre mi abuelo –el único que seguía sentado en el estadio–, pero luego recordé que si bien Perú tenía a un especialista como ‘Ñol’, al frente estaba otro: José Luis Chilavert. Sería el colmo que falle, refunfuñó mi abuelo, y tuvo razón. Solano definió a un lado y ‘Chila’ –y todo su ego– volaron hacia el otro. Gritos felices, puños en el aire.
Siete minutos después, Palacios sacó un señor ‘misil’ y puso el segundo. Gente llorando, saltos, locura (juro que vi un bebito siendo lanzado por el aire). Yo aún no me la creía. Tal vez, si hubiera visto el polo del ‘Chorri’ –oculto desde Oriente– mi fe hubiera sido otra. Mi abuelo seguía inmutable
El héroe silencioso
Minutos después, penal para Paraguay. Chilavert iba a tener la oportunidad de gritarnos un gol en la cara. Yo, quien desde esa edad intentaba hacerla de arquero en las ‘pichangas’, lo admiraba, claro. Pero ese día no. Además, al frente estaba mi ídolo de cada fin de semana: Óscar Manuel Ibáñez Holzmann. No soportaba la idea de verlo derrotado frente al ‘espeso’ de Chilavert.
Sumergí mi rostro en las manos cuando escuché la voz serena de mi abuelo. Se lo falla. No me dio tiempo a digerir sus palabras. El pito había sonado y Chilavert corrió presto al cañonazo. Pero ahí estuvo Ibáñez, quien atajó. Entonces sí no me contuve. Le salté encima a mi abuelo –sácate de acá, oye–, grité, lloré, exploté. Quedaba tiempo pero sabía que Paraguay y sus mundialistas no remontarían.
Mientras salíamos del estadio, le pregunté a mi abuelo por qué estaba tan seguro de que ‘Chila’ fallaría. Perú estaba en su día. Además, Ibáñez es más arquero que ese gordo, pues, me respondió esbozando una sonrisa cómplice y que sentí muy personal, pese a estar en medio de una muchedumbre radiante y optimista.
Perú arrancaba un nuevo camino con un triunfazo, una postal histórica –Te amo Perú– y con la satisfacción de ver caer al orgulloso Chilavert. Y aunque la ilusión fue efímera –terminamos octavos en esa Eliminatoria–, ese valioso par de horas con mi abuelo perdurarán siempre en mí. Fue una victoria justa, en un día especial.
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