Un agujero negro en el pecho quizá duela menos que esto con lo que amanecimos la mayoría de los peruanos tras la derrota de la selección peruana ante Australia. Hiere y mucho, decirle adiós a la posibilidad de clasificar al Mundial de Qatar 2022 luego de ser incapaces de sobreponernos a un rival al que, en la antesala, ya habíamos goleado con minuciosas explicaciones en redes sociales de por qué se nos apetecía fácil la llave.
Es, aunque suene severo, muy decepcionante que un equipo tan prolijo como el nuestro haya sido doblegado por un rival discreto, de un juego básico, apenas físico y sin mayores figuras estelares que su fervor por el esfuerzo. Increíble, cuesta admitirlo, que aquel once sin elaboración ni habilidad alguna similar a nuestro “chocolate”, redujera al mínimo el brutal potencial en ataque de nuestros dirigidos -hasta ayer- por Ricardo Gareca.
Nos tenían estudiados y bastante bien. Quizá por ello la presión alta que nos obligó a jugar largo para mala suerte nuestra y la incisiva marca que incomodó demasiado a los talentosos de la volante rojiblanca. Los de Australia hallaron el manual para desconectar la luminaria nacional en ataque y dejar deambular todo el portento técnico y táctico que personifica Gianluca Lapadula en el área chica.
Nos desarmaron.
Pero lo que es aún peor, hicieron que nos desarmemos moralmente.
Seguramente lo anterior ha coincidido con un mal día de muchos. Agrietado por una lesión reciente, André Carrillo no pasó de ser un prodigio intermitente, forzado a jugar en el día más decisivo porque -como dijo alguna vez Claudio Pizarro- es lo que hay. Y lo que hay, lamentablemente no es mucho.
Christian Cueva, llamado a ser el epicentro de nuestro fútbol, apenas pudo hilvanar juego corto y, mientras no tenía la pelota, debatir consigo mismo sobre sus errores no forzados. Nerviosismo que daría paso a la pérdida de convicción y con ello, a la desesperanza.
Con el tridente hecho trizas desde lo táctico y lo emotivo, el equipo se fue desmoronando producto de la ansiedad y la frustración mientras al frente iba creciendo un cuadro disciplinado y convencido.
El resto es historia.
Perdimos la oportunidad de ganar en el tiempo reglamentario y tras otro cero en el suplementario, caímos en los penales. El fallo de Luis Advíncula y luego de Alex Valeria es anecdótico.
¿Qué nos queda ahora? Empezar por entender que la derrota ante Australia no es un fracaso. Admitir que como hace 4 años, la selección peruana llegó a un repechaje con las justas. Con un universo de jugadores que, aunque figuras interestelares con la blanquirroja, en la cotidianidad de sus clubes no eran más que actores de reparto.
Con jugadores promedio para la alta competencia y ante la imposibilidad de hallar variantes de un similar nivel en posiciones claves como el ataque y la creación, dimos innumerables peleas y fuimos actores protagónicos de hitos memorables como la clasificación a un mundial luego de 36 años y las actuaciones sobrenaturales en Copa América, donde incluso fuimos finalistas tras más de 4 décadas.
Vivimos 7 años increíbles con esta selección de Gareca, quien creó un universo paralelo al nuestro en lo deportivo, social y político, y lo pobló de heroísmos y hazañas. Seamos sinceros, El “Tigre” construyó un Macondo para los peruanos: un oasis de la alegría, del éxito, de unión absoluta. Ha sido tan descomunal lo suyo que trascendió al fútbol.
¿Es el final de un ciclo? Posiblemente. Por ahora, esperemos que la derrota ayude a sincerar la crisis del fútbol peruano y priorice los cambios estructurales que tantas veces advirtió el mismo Gareca. Necesitamos un cambio en las bases para que los éxitos no sean más escenas felices que maquillan una realidad totalmente opuesta.
La tristeza como la cólera es entendible, pero necesita acabar pronto. Es hacia el futuro donde deberían instalarse todos los esfuerzos de las instituciones, organismos y clubes responsables de sacar nuestro variopinto futbol peruano adelante. Y es en ese cancha donde estamos perdiendo, hace buen tiempo, por goleada.
Ya se nos escapó un Mundial, que no se nos escape la tortuga bajo la esperanza de cuatro años más de Gareca.
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