La fiebre es tal en Argentina que si se cobra un penal en un superclásico, lo más probable es que ni un terremoto quite la atención de la escena. Bueno, el 11 de octubre de 1992 ocurrió por primera vez (y única). Al minuto 22 de la etapa complementaria, Alejandro Giuntini se arrastró y con los toperoles al frente derribó a Ariel Ortega. El juez Juan Carlos Loustau corrió hasta el área de Boca Juniors y sancionó la falta. Hernán Díaz, defensa de River Plate, tomó el balón y le pegó fuerte al palo derecho de Carlos Navarro Montoya. El ‘Mono’ se arrojó a ese lugar y desvió la pelota al córner. Las cámaras, sin embargo, hicieron zoom en el otro arco de La Bombonera. A , segundos antes, le lanzaron una radio amarilla desde la tribuna y el '1′ no tuvo mejor idea que colocarse los auriculares, darle la espalda al remate de su compañero, seguir la acción a través de una narración, esperar que convierta y refregar su alegría, la que podía ser el empate, a toda la barra ‘Xeneize’. Nunca más encendió una radio.

“No fue pensado ni preparado. Siempre me preguntan mis amigos, solo se dio. Pero si ahora me encuentro una radio en la calle, ni la toco”, comentó en El Gráfico. Así es más sencillo entender por qué en la última semana, desde Buenos Aires, se intentaron comunicar con el técnico de Universitario como si fuera el propio Marcelo Gallardo: conoce como pocos los colores de River -alguna vez, como para que se entienda hasta qué lenguaje desborda su cariño, confesó “ser hincha de River es una bendición. ¿Cómo se puede ser hincha de Boca? Yo los veo y pobrecitos”- y, de paso, el estadio Monumental de Ate, escenario de la final de la Copa Libertadores, del próximo sábado 23. “Justo los dos estadios se llaman Monumental, no es casualidad. Universitario es el más grande de Perú, y River el más grande de Argentina", declaró en TNT Sports.

En el calendario del ‘Indio’ ya no solo está Ayacucho FC, UTC y Real Garcilaso. Contra Flamengo también va a sufrir. Y mucho.


La escultura del ‘Indio'

Si uno camina por la Plaza 25 de mayo de Reconquista, provincia de Santa Fe, cuentan que desde el año pasado, y sin importar la hora del día, siempre nos vamos a encontrar con Ángel David Comizzo. La Municipalidad de dicha ciudad le hizo un homenaje con una escultura, junto a Gabriel Omar Batistuta y Eduardo Andrés Maglioni. Se entendía, el ‘Indio’ perteneció a ese grupo selecto que fue dirigido por César Luis Menotti y Carlos Salvador Bilardo (fue subcampeón del Mundo en Italia 90). Y, como si eso no fuera suficiente, entre 1983 y 2004, defendió los escudos de Talleres de Córdoba, River Plate, Tigres, América de Cali, Banfield, Club León, Monarcas Morelia y Atlético Rafaela. “Nací y crecí en esta ciudad. Gracias por tanto y perdón por tan poco”, decía el hoy técnico de Universitario, durante el evento. Reconquista, la ciudad que hoy lo llenaba de flashes pero que lo vio crecer dentro del arco, también cuenta que antes que Ángel David Comizzo sea Ángel David Comizzo o una escultura, era un problema en una familia de siete hermanos. Lloraba todo el día. De niño no había cómo calmarlo.

“Yo fui arquero desde la panza de mi mamá. Nací arquero. Me llevaban al potrero y me dejaban viendo fútbol. No lloraba más". Quizás así sea más sencillo entender cómo un año antes de su retiro, en Rafaela, hablaba como si tuviera 20 años de lo que significaba ser futbolista: levantarse temprano para pisar una cancha, quedarte -después del entrenamiento- a perfeccionar un disparo, compartir en el camarín (su ‘lugar sagrado’) y, finalmente, recibir el cariño de la gente cada domingo. De todo eso y, por supuesto, del día que le tocó debutar. El arquero provocador también tuvo miedo. El 14 de febrero de 1983, con la camiseta de la 'T', le tocó disputar su primer encuentro, frente a Estudiantes de La Plata, en el estadio Chateau Carreras (perdió 2-0). “Me acuerdo como si fuera hoy. Sentía que se me caía el pantalón, las medias. Fue muy difícil hasta que toqué la primera pelota. Luego, me liberé”.

El niño que dejó de llorar gracias a una pelota diseñada, en casa, con trapo y medias, que fue arquero durante 21 años, que siempre amanece en la Plaza 25 de mayo, hoy -en solo unas horas- le toca volver a demostrar la destreza de su ‘mano’.

Tapó tres penales con un dedo roto

Los archivos de su etapa en México están mezclados con informes médicos. Hace 19 años, Morelia -donde atajaba Comizzo- venció por penales a Toluca, en la final del torneo de Invierno. La prensa esa tarde no habló de los tres disparos que atajó el '1′ a Zinha, José Saturnino Cardozo y Adrián García Arias, sino cómo lo había logrado. Desde el punto de vista clínico, el guardameta argentino no debió atajar: solo tenía nueve dedos. Había uno roto. “Cuando me lesioné tenía dos alternativas: paraba o me infiltraba para encarar el tramo final. Arriesgué y me fue bien, aunque sufrí bastante”, mencionó en La Nación. Nueve fechas atrás, en la liga mexicana, chocó con su compañero Darío Franco y se fracturó. Aguantó con infiltraciones cada tres días: después de cada 90 minutos no podía dormir. “Cuando atajé los tres penales ni sentí el dedo”. No fue lo único. Tres años antes vivió otro episodio en tierras aztecas que hasta ahora no le encontró explicación: solo hay que poner en Google Carlos Hermosillo y lo primero que uno se encuentra es un zapato en una cara. El zapato era de Ángel David, arquero de León en 1997. La cara de Hermosillo. Penal. Después ya hay la información de cómo venció, aquella vez, Cruz Azul a León.

No fue un hecho del que se siente particularmente orgulloso: desde ese día ver un pómulo abierto dentro de un campo dejó de ser algo usual. “Fue una jugada desgraciada. Nunca tuve problemas con Hermosillo. Ni discusión. Jamás había tenido un encontronazo”, expresó en Fútbol Al Día Bajío. Hermosillo le regresó el golpe, aunque bajo el marco de la ley, claro. Con un parche en la zona expuesta y con algunas gotas de sangre en la camiseta blanca, decidió ejecutar el remate desde los doce pasos. Buscó el lado izquierdo; el ‘Indio’ se fue al derecho. La ‘Máquina’ celebró. A Comizzo todavía le duele.

Su presente en Universitario

No es una regla, pero parece: la institución que te da la oportunidad de pisar por primera vez una cancha, a veces te brinda la oportunidad de pararte -también por primera vez- al borde de la misma. Aunque esta vez ya no con short, sino con traje o buzo, según sea la comodidad. Como para dirigir. Dentro de esos ejemplos está él. Arrancó con la 'T', luego fue Querétaro y en 2013 fue campeón con Universitario. Lo que vino después era lo que generaba interrogantes, incluso, en el hincha crema para su regreso, a mediados de este año. ¿Qué pasó? Al año siguiente de dar la vuelta en Huancayo, contra Real Garcilaso, se marchó a Morelia. Y en 2017, en su vuelta a nuestro país, no la pasó bien con la Universidad César Vallejo: descendió. Pese a ello, en su presentación no se escondió. Tocó el tema de su partida: “Si al hincha de la 'U' en algún momento lo hice sentir mal, lo único que le pido es disculpas”. Y agregó: “Yo vine a trabajar”. Y los números -más allá de los tropiezos en las dos últimas fechas, con Cantolao y Deportivo Municipal- lo respandan: está a dos puntos del líder (Alianza Lima) y con nueve en disputa.

A eso hay que sumarle el orden que brindó en el fondo, el cambio de velocidad que le dio al equipo -se busca, sin importar que sea el 4-3-3 o 4-2-3-1 la posesión de pelota y criterio en los retrocesos-. Incluso, hasta hace un par de semanas, desde la administración del club no tenían problemas en referirse, con los micrófonos abiertos, a su posible renovación. “Lo que primero tenemos que hacer es cerrar la renovación del profesor Ángel Comizzo. Esa es la prioridad. A partir de allí vamos a ver todo el tema de las demás renovaciones (de jugadores)”, confesó Jean Ferrari, gerente deportivo del club, en RPP. Claro, siempre los resultados manda, pero por el momento esa es la idea en Ate.

¿Qué se viene? Unos 90 minutos que sí podrían definir el futuro de los merengues en el Clausura. Luego de eso ya se verá con Comizzo, el hombre que alguna vez dijo “la pelota es el mejor juguete del mundo, porque pueden jugar 20 o 30 niños” y que siempre llamará la atención por lo que se ve de él en una cancha -sin importar si es dentro o al borde- o por lo que dice en una conferencia. “Yo soy capaz de agarrar la pelota debajo del brazo y caminar delante de la hinchada de Boca. Mientras la presión la absorba yo y mis compañeros jueguen tranquilos, no importa”, indicó. Este es el ‘Indio’, un hombre que vive cerca a las flechas.